César Galindo Giannoni
Fundador

Fundador de Tendederos Free Space

Un comienzo inesperado: de un tendedero familiar a un negocio

 

Nuestra historia comenzó en 1993, al llegar a Chile desde Lima. Entre nuestra mudanza, un objeto en particular tenía un valor especial: un tendedero de ropa. Yo conocía su calidad de primera mano; lo habíamos usado durante años y, gracias a mi habilidad manual, siempre me encargaba de su mantenimiento.

Una vez instalados en nuestra casa de La Reina, este tendedero se convirtió en una pieza fundamental de nuestra vida familiar, especialmente con cuatro hijos pequeños y una montaña de ropa que lavar.

Un día, mi esposa, Lily, me hizo una pregunta que lo cambiaría todo: “¿Podrías hacer un tendedero?”. Fue en ese instante, en un país nuevo y con pocos recursos, que nació la semilla de lo que hoy es Free Space.

Guía telefónica, un VW Golf y la primera venta

En esos días, la tecnología que conocemos hoy era impensable. No había celulares ni internet. Nuestra principal herramienta de navegación y búsqueda era la guía telefónica y el mapa de calles que venía con ella.

Para conseguir los materiales, recurrí a una distribuidora de aluminio, donde me exigieron comprar un mínimo de 20 tiras de 6 metros. Tuve que cortar los tubos para que cupieran en mi Volkswagen Golf. Un amable caballero me ayudó, aunque los cortes eran irregulares.

En casa, con los tubos listos para el fracaso, me enfrenté al desafío de armar el primer tendedero. Lo logré, no sin antes rectificar los errores. Y me quedé con el resto de los tubos, sin saber qué hacer con ellos. Decidí que la única opción era venderlos. Puse un aviso en el diario El Mercurio, y así conseguí mi primera venta a una cliente que vivía en General Jofré, en el centro de Santiago.

La primera instalación: un taladro de juguete y el milagro de la FISA

 

La primera instalación en casa de mi cliente fue una verdadera vergüenza. Llegué con un taladro de juguete, de esos que se tienen guardados en un cajón. La cerámica se astilló, y me tomó una eternidad completar el trabajo. Sin embargo, ese esfuerzo solitario no pasaría desapercibido.

De repente, recibí una llamada de una persona de la Feria Internacional de Santiago (FISA) que me invitó a participar. Aunque mi primera respuesta fue un “no” rotundo, la insistencia de esta persona me convenció. Con el apoyo de Lily, decidimos arriesgarnos. Alquilamos el stand más pequeño, pero estratégicamente ubicado a pocos metros de la entrada. La gente se detuvo, curiosa, y mi invento, visto como algo novedoso y ecológico, fue un éxito total.

Un éxito abrumador y el desafío de las entregas

Para la feria, fabricamos 130 tendederos y contraté a tres promotoras que hicieron un trabajo excepcional. La gente hacía cola para anotar sus pedidos en un cuaderno, y vendimos todo el stock, ¡incluso tuvimos que fabricar más! Sin embargo, el verdadero desafío vino después.

Un país nuevo, sin celular, sin GPS… tuve que recorrer Santiago entero, de comuna en comuna, parando en teléfonos públicos o pidiendo ayuda a mis clientes para saber cómo llegar. Era un laberinto, pero la satisfacción de cada entrega me recordaba que el esfuerzo valía la pena.

Durante la feria, también me llamó una mujer que trabajaba en El Dato Aviso, un periódico. Tras varios intentos, me convenció de contratar publicidad, lo que impulsó las ventas de manera significativa en las zonas de Providencia, Las Condes, Vitacura y La Reina.

Los primeros sacrificios y la importancia de un buen taladro

 

Al principio, el trabajo era duro. Iba a instalar solo con mi taladro de juguete, el cual me demoraba mucho y me dejaba el brazo adolorido. Un cliente, compadecido, me sugirió comprar un taladro profesional, y lo hice. ¡Fue un cambio radical! Poco después, mi hermana Elsa me trajo de Alemania un super taladro rotomartillo Bosch. Con ese taladro, no hay pared ni techo que se resista.

El crecimiento de Free Space: perseverancia y agradecimiento

Los primeros años fueron de mucho sacrificio y egresos. Pero el apoyo incondicional de mi esposa, quien contribuyó económicamente en los momentos difíciles, fue fundamental. Me tocó postergar pagos de cheques, comprar materiales al doble de su precio y recorrer ferreterías hasta el cansancio.

Un día, al buscar poleas, descubrí el nombre de un distribuidor que me vendía los materiales a la mitad del costo. A punta de empeño, perseverancia y esfuerzo familiar, logramos mantenernos a flote.

Hoy, después de 30 años de trabajo, hemos servido a más de 17,000 clientes. Estoy profundamente agradecido por la confianza que me han brindado. Muchas de mis clientas me contaron sus historias de vida, convirtiéndose en confidentes y amigas. Mi capacidad para conectar con la gente me ha abierto muchas puertas y he sido recomendado de boca en boca. No ha sido fácil, pero la satisfacción de haber construido Free Space desde cero, es mi mayor recompensa.